jueves, 13 de enero de 2011

Un Acto de Psicomagia muy Heroico.


ANDRÉS, PSICOTERAPEUTA, CONSULTA:

Tengo 33 años. Me encuentro atrapado en mi pasado, en una infancia no fácil vivida como primogénito en un contexto en el que mi padre prácticamente estaba ausente, atiborrado de psicofármacos, y mi madre (huérfana desde que era joven) siempre padeció depresión. Quizás para contrarrestar esta atmósfera de frío y miedo (cosas que vinculo con mi infancia) me diplomé psicoterapeuta, con mérito, creo. Pero ahora me siento bloqueado, y no consigo ejercer mi profesión con convicción ni hacerme independiente desde el punto de vista económico. Siempre sufrí mucho, y creo haber experimentado la depresión en mi propia carne desde siempre: hace ya años que me cuesta salir de la inmovilidad, aunque todos me reconocen la capacidad de hacerlo. Convivo con una mujer mayor que yo (como mi madre con mi padre), psicoterapeuta ella también, y no consigo asumir el papel del adulto responsable que querría ser: me inmoviliza la coacción y me siento empantanado entre el carácter de mi madre y el destino de mi padre… Mi hermano menor siempre tuvo más libertad que yo, y poco después de su nacimiento mi padre (él también segundogénito) se repuso y pudo ser con él un padre presente, por lo menos. Hoy mi hermano es fuerte, autosuficiente y exitoso en el trabajo. Quisiera echarme a la espalda el rencor, la rabia y la envidia que me bloquean.

ALEJANDRO JODOROWSKY RESPONDE:

Querido Andrés, ciertas neuronas en el cerebro del bebé funcionan como “espejos”, es decir, reproducen los sentimientos de su madre o su padre. Y es así como creces con características que no te pertenecen, que son sólo imitaciones. Tu madre, huérfana, padeció una interminable depresión, es decir, se quedo emocionalmente niña. Lo mismo le sucedió a tu padre, atiborrado de psicofármacos. El místico Gurdjieff dijo; “Son tan perezosos para ayudarse a sí mismos que intentan ayudar a los otros”. Ni tu madre, ni tu padre, ni tu esposa se han ayudado a sí mismos. Tus padres, dos seres infantiles, incapaces de darte los medios para que te convirtieras en adulto. Tu mujer, inmadura por aceptar de jugar el rol de ser tu madre. Cosa que le conviene porque así se engaña a sí misma sintiéndose fuerte, adulta. Pero en el fondo tan insatisfecha como tú… Y tú, sin resolver tu fijación edípica con tu madre, mujer que odió a los hombres. Y por miedo a este odio, tú, deseoso de no perder el amor materno, te has quedado niño.
¿Te das cuenta el mal que debes haber causado a tus “pacientes”, tú que te sientes empantanado entre el carácter de tu madre y el destino de tu padre? ¿Te das cuenta que es imposible que tu mujer sea una sana psicoterapeuta conviviendo con un hombre como tú?.

Si verdaderamente quieres desprenderte del pasado y ser un adulto que se respeta a sí mismo, te aconsejo este heroico acto de psicomagia: envía una carta a cada uno de tus pacientes pidiéndoles perdón por haberte presentado ante ellos como un psicoterapeuta. Agrega a esa carta un pedazo de tu diploma, el que has partido mirándote frente a un espejo. Si nunca ejerciste tu “profesión” manda entonces una carta a los pacientes de tu mujer, disculpándote en nombre de ella, por usurpar tan importante actividad sanadora.

Durante un año encuentra trabajo como plomero, o cajero en un supermercado. Al mismo tiempo que cada día escribes un poema. (No para ser un aplaudido “gran poeta”, sino para desarrollar la búsqueda de tu belleza espiritual que yace reprimida en las tinieblas de tu inconsciente).

En cuanto a expulsar de tu corazón la rabia contra tu padre y tu hermano, haz esto: compra dos sandías, lo más grande posible. En una, pega la fotografía de tu padre, en la otra la fotografía de tu hermano. Enseguida, con un bat de béisbol, reviéntalas lanzando los insultos más groseros que puedas desembuchar. La masa rojiza y las cáscaras divídelas en dos montones que meterás en sacos de plástico. Un saco se lo mandarás por correo a tu padre y el otro a tu hermano. Si haces esto sentirás que tu corazón se aligera.

Imagen: Michal Macku.

Marcela Paz.
Chile.